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    2022-07-07

    Un discurso del método de la espiritualidad cristiana

    Bernardo Pérez Andreo | Desde su atalaya moral e intelectual, Jesús Martínez Gordo se puede permitir ir a las fuentes de la fe cristiana para mostrar los retos que tiene el cristianismo hoy.


    En el fondo, son los mismos retos de siempre: vivir la fe en medio de un mundo herido pero marcado por la fuerza arrolladora de la presencia de Dios. Para ello ha utilizado la imagen de dos montes clave en la tradición cristiana: Tabor y Calvario. El gozo de la presencia divina y el más atroz sufrimiento por la injusticia. El cristianismo no puede abandonar ninguno de los dos. Cuando así lo ha hecho ha caído en lo que se llamó herejía, que no es sino la parcialización de la fe. Airesis es elegir una parte como si fuera el todo. El hereje no es el que se equivoca o niega, sino el que escoge una parte del todo y abandona el resto. Se puede ser hereje gnóstico (neognóstico hoy) por negar los calvarios de la historia, subido siempre en el Tabor místico. O se puede ser hereje pelagiano (o neopelagiano hoy) por olvidarse del Tabor y estar encerrado por los gritos del Calvario, intentando sacar a las víctimas por sus propias fuerzas del sufrimiento. Si no podemos dejar de comprometernos en los calvarios de la historia, tampoco podemos abandonar el Tabor donde nos encontramos con Dios. Lo más común, cuando subimos al Tabor, es dejamos llevar por la suavidad de su brisa e instalar allí nuestra tienda para no bajar y tener que subir al Calvario; es un riesgo claro, no solo en el cristianismo, sino también en el resto de tradiciones religiosas, quizás más en ellas. Pero, no podemos quedarnos atrapados intelectualmente y menos en la praxis, en la lucha por la justicia, pues tenderemos a pensar que eso es todo lo que nuestra fe nos pide, llegando a quedar atrapados en un activismo extenuante que puede convertir nuestro espíritu en un páramo estéril.

    Martínez Gordo lo expresa con su acostumbrada prosa. No podemos perder la estrella Polar de una espiritualidad y teología «jesu-cristianas»: los pobres y los crucificados en cada momento de la historia, de lo contrario caeremos en el «fundamentalismo gnóstico» que nos encierra en un «autocomplaciente consumismo espiritual». Pues bien, para lograr el propósito de la necesaria articulación entre la espiritualidad del Calvario y la mística del Tabor, realiza el autor un recorrido, tremendamente personal, pero exhaustivo en lo esencial, por las principales «espiritualidades» que han transitado el pensamiento humano sobre la posibilidad de vivir honestamente en un mundo aparentemente marcado a fuego por el sufrimiento, pero también llevado al vértigo de lo unitivo. Este camino consta de ocho jalones, los ocho capítulos del libro, a modo de testimonios de una vida de reflexión, pues casi nos parece una autobiografía intelectual que refleja una búsqueda de la necesaria articulación, no ya intelectual o moral, sino personal, entre el compromiso y el sentido. La conclusión de esa búsqueda está en el principio, claro está, en la síntesis entre el Tabor y el Calvario, pero el camino recorrido marca la conclusión. No se trata de cualquier Calvario y cualquier Tabor, sino aquellos en los que Dios se nos muestra como «carne». Se trata de la experiencia «jesu-cristiana» y «uní-trinitaria de Dios».

    En el recorrido antes comentado comienza por la posibilidad de una espiritualidad atea de la mano de André Compte-Sponville, un autor que, siguiendo cierta tradición atea, ha mostrado la posibilidad de una espiritualidad desde el ateísmo. El desenlace es infructuoso: no es posible tal cosa, pues se produce un deslumbramiento, como tantos a lo largo de la historia, que no lleva a ningún compromiso ni con los demás ni con el mundo. La experiencia unitiva que relata Compte-Sponville la podemos haber tenido muchos, pero si no nos empuja al compromiso, es un cierto egotismo solipsista que no consigue empujarte hacia los otros, hacia lo otro, hacia el Otro. En palabras del autor, en esta experiencia falta la «carne», y esta es la clave de todo, pues sin esa carne no hay ninguna espiritualidad verdadera, ni cristiana ni de ningún tipo; solo hay escapismo o hasta egolatría, justo lo contrario que debería suponer el encuentro con lo totalmente Otro.

    El segundo capítulo es una incursión en las espiritualidades orientales que tan de moda han estado en Occidente. Se trata, paradójicamente, de espiritualidades muy al gusto del capitalismo imperante, pues no suponen ningún tipo de compromiso, ni tampoco ningún riesgo para quienes son sus seguidores. De hecho, en Occidente tienen estas espiritualidades sus más acérrimos seguidores entre los responsables de las finanzas internacionales (recordemos aquello de El zen del corredor de bolsa). Son espiritualidades sin carne, o muy «descarnadas», por decirlo suavemente. En ellas se busca la desaparición del propio yo como forma de huir de la realidad, no de extenderse en una explicación más profunda de la misma. La conclusión, para Martínez Gordo, es la misma, la carencia de compromiso con el mundo y lo humano descarta estas espiritualidades como válidas.

    Los capítulos tres, cuatro y cinco están dedicados al cristianismo, en su esencia en Jesús el Cristo y en su división oriental y occidental. Su historia puede ser resumida como una tensión entre la experiencia mística y el compromiso con el ser humano que sufre. En el ámbito ortodoxo hay una tendencia mayor al Tabor, pero los pobres tienen una posición relevante hasta el punto de ser como un sacramento más. Su cercanía al Evangelio, especialmente el de Juan, les lleva a no perder de vista el compromiso con los calvarios de este mundo, pues la preocupación por el pobre es la marca distintiva del verdadero cristianismo, aunque su posición siempre es desde la dulzura del silencio de Dios (hesycasmo). Por su parte, la espiritualidad latina sí tiene un sesgo más profundo en el compromiso con el sufrimiento en este mundo, donde los pobres son «otros cristos» y «la carne de Dios». Es un recorrido amplio el que realiza el autor por la espiritualidad latina, católica y protestante, y concluye en un pequeño capitulo seis con un título que lo resume: la cabeza, el corazón y las manos. La unidad «jesu-cristiana» lleva a la articulación de la cabeza, el corazón y las manos, pero en atención a la comunión «uni-trinitaria» debemos asumir lo que otras tradiciones nos aportan como expresión de la insondable e infinita riqueza del misterio de Dios.

    El capítulo siete es un tránsito antes de proponer la síntesis en el último capítulo. Este tránsito muestra la necesidad de la mediación para acceder a Dios, pues no hay hilo directo, la inmediatez divina está siempre mediada, se trata de la noche oscura, de la luz en la oscuridad. Todos estos oxímoron los necesita el lenguaje para referirse a la realidad no aprehensible que es Dios, de ahí que, según Martínez Gordo, haya que aferrarse a una intuición mediada por la experiencia personal y condicionada por la formación propia, la cultura y la historia, de que Dios se nos da en los pobres, no porque ellos sean buenos, sino porque Dios es bueno y los prefiere. Según el autor, esta intuición se verifica en la experiencia de miles de curas y militantes obreros y en los cientos de miles de personas de buena voluntad que en tantos calvarios de la historia se comprometen con ellos.

    El último capítulo es la síntesis de esta obra y lleva el mismo título Entre el Tabor y el Calvario. Jesús Martínez Gordo llega al final de esta especie de biografía intelectual y personal abandonando el lenguaje directo, al estilo del Discurso del método de Descartes. En apretada síntesis, expone que el cristianismo, su verdadera espiritualidad, no puede ni quedarse en el Tabor ni dejar de subir a él; ni abandonar el Calvario, ni permanecer en él. La esencia del cristianismo (contra Feuerbach), es el compromiso jesu-cristiano y la comunión uni-trinitaria. Debe buscarse una articulación y un equilibrio que permita vivir el Tabor desde el Calvario (tradición latina) o el Calvario desde el Tabor (tradición ortodoxa). Esta espiritualidad está determinada por la caricia de Dios (Tabor) y el aguijón de la cruz (Calvario), pues la determina un Dios con «carne» y a la vez una carne «de Dios». Como valoración final quiero decir que estamos ante un discurso del método de la espiritualidad cristiana.

    Fuente: Revista Carthaginensia

    Autor

    Jesús Martínez Gordo Sacerdote diocesano de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teologí­a del Norte de España (sede de Vitoria). Miembro de Cristianisme i Justí­cia (Barcelona). Profesor invitado del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Pí­o XII de San Sebastián y de la Pontificia Facultad Teológica de la Italia Meridional (sede Capodimonte), en Nápoles (Italia). Auxiliar del equipo ministerial de la unidad pastoral de Basauri (Bizkaia). Algunas de sus publicaciones más recientes: La cristologí­a de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI a la luz de su biografí­a teológica, Barcelona, Cristianisme i Justí­cia, 2008; Cómo hablar hoy de conciencia y magisterio moral, Bilbao, IDTP-DDB, 2010; Verdad y revelación cristiana. La teologí­a fundamental veritativa en la modernidad, Vitoria, ESET, 2011; ¿Es Dios una proyección? Bilbao, IDTP-DDB, 2014; La conversión del papado y la reforma de la Curia vaticana, Madrid, PPC, 2014; Estuve divorciado y me acogisteis, Madrid, PPC, 2016; Ateos y creyentes. Qué decimos cuando decimos «Dios», PPC, Madrid, 2019.

     

     

     

Colección:
Cristianismo y Sociedad
Volumen:
120
Núm. de páginas:
250
Primera edición:
Junio 2021
ISBN:
978-84-92787-58-6
Encuadernación:
Rústica